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La esperanza que anida en la adversidad
CRISTINA GIURIA

Cristina GIURIA

Textos Florencia PEREIRA
Fotos Juan Pablo LANDARÍN

“Yo tuve una vida mágica”, así define Cristina Giuria de Berenbau su camino de 67 años que ha estado lleno de desafíos que se reflejan en una casa repleta de fotos familiares, recuerdos y aventuras por el mundo que experimentó junto a su esposo Jorge y sus hijos, Joaquín, Ignacio y Clarita. Una amplia estufa a leña, espacios luminosos entre generosas circulaciones, rincones con juguetes y mullidos sillones muestran un hogar de puertas abiertas para quien lo necesite, con una energía positiva que su dueña refleja con una amplia sonrisa, que no pierde a pesar de los embates de la vida.

Su casa es el corazón de la Fundación Clarita Berenbau, una institución que fue creada para perpetuar el legado de Clarita, fallecida a los 32 años luego de intensos tratamientos para sobrellevar su cáncer de mama. La organización ofrece apoyo psicológico a quienes padecen la enfermedad y a sus familiares, desde que reciben el diagnóstico hasta las etapas propias del tratamiento. Cristina idea desde su hogar, junto a su amiga y mano derecha Cecilia Torrendel, los diferentes abordajes y crecimiento de la fundación, tarea basada en el dar apoyo humano a las áreas que exceden el soporte técnico de la medicina. Apostó a transmitir esperanza, capacidad que sin esperárselo la vida le otorgó para seguir adelante, ese don de escuchar con paciencia y empatía las preocupaciones, miedos y dudas de quienes atraviesan el duro trayecto oncológico.

 “Cuando yo tenía 16 años un profesor preguntó que íbamos a hacer de la vida. En ese momento yo no sabía bien a qué me quería dedicar pero lo que sí estaba segura es que quería una vida intensa”, afirma y rememora tan solo un ejemplo de esa intensidad que nunca imaginó que iba a llegar con hechos tan singulares como el que marcó el inicio de su relación con su esposo, hoy también fallecido.  Jorge Berenbau, un empresario textil, fue secuestrado el 12 de julio de 1971 por la guerrilla MLN- Tupamaros, cuatro meses recuperó la libertad luego del pago de un rescate. Al salir del cautiverio lo esperaba una avioneta en Melilla para emprender viaje hacia Buenos Aires, donde vivía uno de sus hermanos, pero él tenía otros planes. “Hacía un mes que habíamos empezado la relación cuando secuestraron a Jorge, y yo no sabía lo que iba a pasar. Luego que lo liberaron aunque tenía todo dispuesto para irse, al primer lugar que quiso ir fue a mi casa. A pesar de lo que había pasado decidió quedarse en Uruguay y comenzamos nuestra vida juntos”, cuenta.

Un año después se casaron en Punta del Este y pronto llegaron los hijos: primero Joaquín, después Ignacio, y la más chica, Clarita, que nació el mismo día que Cristina. Por el trabajo de Jorge, la familia debía trasladarse a menudo, viajaban juntos, eso fue una determinación de Cristina luego de una primera experiencia en la que debió dejar en casa a su primer hijo. “Tuve que dejar en casa por unos días a mi primer hijo cuando era bebé, lo extrañé tanto que dije nunca más. Y así decidimos que estaríamos todos juntos siempre, aunque tuviéramos que viajar y ser un poco nómades porque la prioridad era la familia”, cuenta.

Los viajes le dieron a Cristina la oportunidad de apreciar el arte y la arquitectura de los lugares que visitaba. Cuando era estudiante realizó en el Crandon un curso de tres años en el que tenía Historia del Arte, una materia que le fascinó y marcó su camino gracias a una docente que contaba con una completa biblioteca. Esa afición por el arte se ve reflejada en su casa donde cuelgan cuadros de los artistas Jorge Damiani, el primero que compró con su marido, de Rafael Barradas, Gustavo “Pollo” Vázquez, Gastón Izaguirre y Adolfo Sayago, entre otros. “Cada vez que viajaba con Jorge le pedía a la que había sido mi profesora que me guiara sobre los lugares que debía visitar para apreciar las mejores obras. Esa fue mi preparación en el arte que me permitió ingresar profesionalmente en ese mundo”, sostiene Cristina, quien se pasaba horas recorriendo los museos, iglesias y acervos culturales de los países que pisaba.

Una vez más la magia tocó la vida de Cristina cuando a través de unos amigos argentinos se enteró de que la prestigiosa casa Christie`s buscaba a alguien para ayudar a la representación en Buenos Aires. Luego de un proceso de selección, en el que también estaba incluida una amiga, fue elegida para realizar esa tarea de asesoría, sin papeles de por medio. Sin embargo, un hallazgo en el Río de la Plata lo cambió todo. Era 1992 y el buzo Ruben Collado buscaba el tesoro del galeón “El Preciado”, un barco hundido en 1792 frente a la ciudad de Montevideo por corsarios al servicio de la corona inglesa. Cristina detectó el interés que el hallazgo representaba para la firma, le avisó al representante en Buenos Aires y lo presentó con Collado, quien vivía al lado de la casa de su amiga, que no había quedado seleccionada pero a la que había invitado para trabajar juntas. Sus diligencias dieron fruto y la firma se interesó por el tesoro, pero el representante argentino tuvo la intención de quedarse con el rédito e intentó  sacarla del medio de la gestión por lo que Cristina se apersonó en Buenos Aires para aclarar la situación y tener algún papel que dejara en claro el rol que ella había cumplido.

“Todo lo mío era de palabra y me fui a Buenos Aires a pedirle un comprobante. Llegué a la oficina y me tuvo esperando varias horas. Recuerdo que perdí el avión pero me quedé, me temblaban las piernas pero resistí y finalmente salí con la carta, pero sin trabajo porque se había molestado”, cuenta. Por fortuna, su curriculum había llegado a Londres por lo que en Christie`s sabían de su experiencia y los contactos que tenía en Uruguay lo que llevó a que se le presentara una segundad oportunidad. “Vinieron a Montevideo dos funcionarios de la firma desde Inglaterra para evaluar el tesoro y las monedas. El representante argentino no me avisó pero ellos querían conocerme y se vio obligado a llamarme. Participé de la clasificación de las monedas en el Banco República, lo que fue una experiencia fascinante”, relata.

A pesar de los esfuerzos el tesoro fue adjudicado a Sotheby`s, sin embargo, su buen proceder fue reconocido por Christie`s y de una asesoría pasó a tener por 11 años la representación oficial en Uruguay. En 2002 se convirtió en asesora independiente lo que le permitió seguir realizando trabajos para la firma inglesa y también para Sotheby´s.

Transformar el dolor en amor

“Que la lucha contra el cáncer de Clarita tuviera sentido”, dice Cristina al hablar del origen de la Fundación Clarita Berenbau, que nació el 7 de noviembre de 2013, tan solo 7 meses después del fallecimiento de su hija, una comunicadora cuya muerte conmovió al público uruguayo, que fue testigo de su lucha por sus relatos a través de los medios de comunicación y su libro “Vivir con él. De cómo el cáncer me enseñó a ser mejor”.

A pesar del dolor que la pérdida de un hijo significa, continuar la labor que Clarita había iniciado en vida, al romper el tabú sobre la enfermedad y nombrarla e informar sin tapujos, fue lo que impulsó a esta mujer de ojos claros y mirada dulce, a seguir adelante junto a sus hijos y amigos, con un proyecto que ya va a cumplir 5 años y ha ayudado a cientos de personas y familias que conviven con el cáncer. “Clarita puso su cáncer a disposición del público. Hablaba en la radio del tema y acompañaba a muchas personas que tenían la enfermedad. En ese tiempo, ella muchas veces me pedía que llamara a otras madres que como yo tenían a su hija con cáncer para que las contuviera. Así comencé este camino”, afirma sentada frente a la estufa que acompaña con el fuego esas ganas con las que describe la tarea que llevan adelante en la fundación.

 

La institución brinda cuidados paliativos desde el diagnóstico, ya sea haciendo compañía presencial  por parte de los voluntarios en las salas de quimioterapia y radioterapia del Hospital de Clínicas (espacio que la fundación acompañó en su acondicionamiento), el préstamo de pelucas a través del Club del Gato, y la escucha atenta que se brinda en los teléfonos solidarios. Escuchar, acompañar, contener, comprender y compartir las etapas que vive una persona que padece la enfermedad y guiar a su familia en cómo darle apoyo, son las claves para los más  de 50 voluntarios, la mayoría de ellos sobrevivientes de la enfermedad o personas comprometidas con la causa. Todos los días atienden los teléfonos solidarios de la fundación (a través del 0800-8857) desde donde funciona el Hogar La Campana de la Fundación Peluffo-Giguens (18 de Julio 2334), y así en comunidad  colaboran a través de invalorables actos de entrega. “Nadie mejor que alguien que pasó por lo mismo para entender lo que estás sintiendo. Sacar el dolor es natural, yo no lo vivo como recuerdo sino algo que aprendí y lo puedo volcar para ayudar a más gente que lo necesita”, concluye Cristina.

 

Abuela Feliz

Cuatro motos eléctricas, sillitas, palitas de jardín y juguetes revelan una casa en que la diversión está asegurada para los seis nietos de Cristina: Paula (7 años), Guadalupe (6), Baltasar (6), Francisco (4), Trinidad (1) y Justina (1). “La casa está totalmente abierta para mis nietos, no hay habitaciones prohibidas. Todo el espacio es para ellos”, dice Cristina con orgullo sobre la presencia de los pequeños que dan alegría a su hogar. Ha pasado por varias mudanzas, pero a diferencia de muchos, no las asocia a momentos estresantes de su vida, todo lo contrario, han sido para ella instancias de movimiento, dejar atrás etapas para que vengan otras, darle paso al cambio que trae aparejado nuevos aprendizajes. Hoy, el amor por sus nietos y su entera dedicación a la fundación llenan su jornada, que cuando sucede en su casa está despojada de modas o tendencias en decoración. El fuego de la estufa, la charla, el agua de jengibre y menta, y ricos bocados caseros hacen lo propio.

Cuando los nietos visitan la casa el parquet original de los pisos tiemblan pero resisten, porque los amplios pasillos se transforman en pistas de carrera, los sillones en trampolines, el juego de ruleta que fue del abuelo en un carrusel de piedritas, y el jardín en un lugar para experimentar con la naturaleza, imaginar aventuras, leer cuentos al cobijo de cálidas mantas y plantar flores con la abuela. “En un cumpleaños mío Jorge no pudo ir a comprarme el regalo por sus problemas de salud y me dijo `comprate el regalo que quieras´, y fui a una juguetería y me compré dos motos, Jorge no lo podía creer”, cuenta entre risas.

Su cumpleaños, que coincide con el de Clarita, se transforma en una gran fiesta infantil, para seguir recordando el espíritu festivo de su hija y su llegada al mundo, que Cristina que recuerda como un día muy especial. “En mi cumpleaños vienen mis amigas con sus nietos, las amigas de Clarita con sus hijos y celebramos todos juntos como un cumpleaños infantil. Aunque es una fecha especial la paso muy bien, rodeada de los afectos”, concluye.

La virgen morena

Aferrarse a la fe cristiana y a la voluntad de Dios la hicieron una mujer cristalinamente fuerte. La Virgen de Guadalupe ocupa un lugar importante en la casa y en la vida de Cristina. Su nieta, hija de Clarita, lleva su nombre en homenaje a la patrona de México, que las acompañó durante el tratamiento del cáncer en Estados Unidos. “A pesar de que con Clarita no éramos devotas de la Virgen de Guadalupe,  un día comienza a aparecerse en todas los momentos claves del tratamiento”, relata, mientras mira la colorida escultura ubicada en un lugar central del living, sobre una de las bibliotecas que destinó a sus libros de arte.

La primera vez que tuvieron contacto con la virgen morena fue un día antes de la operación de Clarita, mientras se encontraban en la iglesia de St. Patrick en Nueva York, se enteran que en el lugar se encontraba una escultura que habían trasladado desde México. “La segunda vez fue cuando viajamos luego de la operación, camino a ver un partido nos encontramos con la Iglesia de la Guadalupe, que ni siquiera sabíamos que existía”, rememora mientras muestra un rosario de la virgen que cuelga de su muñeca.

Un lugar en el mundo

Cabo Polonio con sus dunas interminables, su tranquilidad y naturaleza viva es el lugar en el mundo para Cristina, al que llegó gracias a su hija Clarita, un día en el que la invitó a conocer la costa juntas. “Junto a ella descubrí mi lugar en el mundo. Alguien me dijo que uno es quien elige el Cabo, es el Polonio que te abre sus puertas o te las cierra. Me encantó ese pensamiento”, relata en el libro sobre la Fundación editado en 2016. Tiempo después, Cristina volvió al Cabo por la necesidad de “exorcizar” los lugares donde ambas habían tenido diferentes vivencias. Alquiló la casa de su maestra de yoga Nina, a quien le propuso arreglarla a cambio de pasar unos días allí al año.

Nina tenía en venta la casa y un comprador en puerta, sin embargo una vez más la magia se hizo presente en la vida de Cristina, llamó a una amiga de Clarita, Luli, quien había alquilado la casa en un verano y le propuso comprarla a medias, ella accedió con gusto porque ese lugar tenía una historia para contar. Clarita un día le había dicho a su amiga que juntas iban a comprar la casa de Nina. “Evidentemente nuestros seres queridos que no están físicamente, siguen guiando nuestro camino”, concluye, con una entereza única.

 

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