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Los Colores del Círculo Sagrado
AGÓ PÁEZ VILARÓ

Agó Páez Vilaró

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Textos María Jose FRÍAS
Fotos Chino PAZOS

Agó Páez Vilaró es esencia pura. De mirada clara, directa, que acompaña una sonrisa calma y siempre presente, emite una energía difícil de transmitir. Y habla en colores. Los mismos que utiliza para diseñar sus mágicos mandalas, aquellos que visten las paredes de barro de su sorprendente Octógono, en el que la luz se filtra cual arcoíris por las aberturas de vidrio, creando un espacio de conexión única con la naturaleza y el espíritu de cada uno de sus visitantes.

Esta historia comienza por los años 50’, cuando el maestro ya plasmaba sus soles en las telas y soñaba con construir un espacio único, lleno de energía, con paredes de barro, de perfiles blanquísimos y decenas de ventanas, como ojos abiertos hacia los atardeceres de Punta Ballena. A su alrededor, los hijos aprendían a empapar sus dedos de pintura y sus almas de sensibilidad.

Magdalena balbuceaba apenas, y su hermano Carlos la imitaba, transformando los “ajós” en un “agó”, que de tanto repetirlo se transformó en su nombre artístico. Así, mientras el “agó” resonaba en el atelier de Carlos Páez Vilaró, el maestro tomó un lápiz, sentó a su hija en las rodillas, y le enseñó a dibujar la primera forma que debía conocer: un círculo.

El tiempo pasó y Agó continuó su formación, sumando a lo aprendido con su padre sus estudios de Bellas Artes en Buenos Aires y San Pablo, a lo que incorporó más tarde los talleres de cerámica de Jaime Nowinsky, el aprendizaje en madera con el profesor Javier Nievas, la formación histriónica en el Centro de Estudios Teatrales, y las clases de pintura con Vicente Martín, Clever Lara, Guillermo Fernández y Martín Rodríguez.

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Además de enseñar su arte a niños y adultos, pintó cuadros, murales y hasta aviones, sola y en conjunto con su padre, plasmando en cada obra las maravillas de la naturaleza. Pájaros, mariposas, cielo, agua, sol y estrellas quedaron diseminados por el mundo, como huella de su paso constante.

En el camino enriqueció su espíritu, buscando su propia esencia más allá de cualquier creencia religiosa. Enfocada en transmitir al mundo un mensaje positivo, fue descubriendo que aquel primer círculo lo contenía todo. Entonces encontró al Sol, a la Luz, y a Dios en todas sus concepciones. Y comenzó a pintar mandalas, en un camino sin retorno hacia el propio ser, espejo del Universo.

Después tomó el barro, que en tiempos pasados su padre no pudo utilizar para hacer Casapueblo por razones logísticas, y creó su Octógono, donde la Naturaleza se presenta como máxima expresión del Arte, y ella presta sus manos a la Creación.

¿Es el arte el camino hacia lo espiritual, o es lo espiritual el camino hacia el arte?
El arte es el lenguaje del espíritu, y puede ser utilizado para elevar o para destruir. Entiendo que debe ser enfocado hacia lo mejor, elevando al ser humano a través de la pintura, la escultura, la música y todas sus expresiones. El arte manifiesta lo sublime.

¿Qué es el arte para vos?
Yo nací en una familia de artistas, y con el tiempo me di cuenta que debía tener un despertar de conciencia. Somos mente, cuerpo y espíritu. Comprendí que ese arte que vive en mí tiene que ver con mi misión, que es transmitir a través de mi expresión algo mejor.

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“Necesito mostrar lo mejor de mí y conectarme desde allí, porque considero que cada espacio donde esté una obra mía debe irradiar luz hacia las personas que la observan”.

¿Fue tu padre tu maestro o como te hiciste en tu propio estilo?
Yo no tenía muñecas ni juguetes. Estaba rodeada de pinceles y colores. Eso me fascinaba. Empecé a pintar con tres años. Lo primero que me enseñó mi padre fue a hacer un círculo para pintar un sol. Me estaba indicando lo que tenía que hacer, mi misión, que sería finalmente expresar el arte a través de los mandalas.

¿Siempre fueron los mandalas lo que centró tu expresión artística o al principio fue otra cosa?
Yo aprendí con grandes maestros. Aprendí diversas técnicas, pero con el tiempo sentí que mi objetivo no era rellenar paredes, decorar con colores, o pintar naturalezas muertas. Mi encuentro con el arte profundo se dio a través de la música clásica, cuando hice el curso de sonidosofía. Era a fines de los 80’, y fue el momento en que empecé a vibrar a través de la música y descubrí que los colores eran vibración.

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¿Creas cuando la inspiración te llega, o la inspiración te encuentra creando?
De Pablo Picasso aprendí que hay que trabajar mucho para que la inspiración te encuentre en el momento adecuado. Siempre hay momentos más fuertes y cuadros más inspirados. Todo depende del estado de ánimo y de muchos factores que hacen que uno pueda conectarse de determinada manera. De cualquier manera, siento que en este camino de encuentro con el espíritu, uno va aprendiendo a serenar. Mi trabajo con la meditación me llevó a encontrar un silencio interno importante, que ayuda a abstraerse del barullo exterior.

¿Esto implica crear desde la paz, en lugar de colocarse en la creación desde el tormento del alma, como ocurre con muchos artistas?
Muchas veces uno puede soltar el dolor a través del arte. Hubo cuadros muy fuertes pero muy conscientes, que traté con el respeto de quemarlos, guardarlos, o no mostrarlos. Siento que debemos ser respetuosos con lo que entregamos al público. Algunos artistas muestran lo dramático, pero ese no es mi camino. Necesito mostrar lo mejor de mí y conectarme desde allí, porque considero que cada espacio donde esté una obra mía debe irradiar luz hacia las personas que la observan.

El barro tiene un rol muy particular en tu obra, ¿por qué? ¿Cómo te vinculás con los elementos y cómo elegís las técnicas para crear?
Tiene que ver con nuestro chakra raíz, nuestro centro de energía, que está conectado con la tierra. Tenemos que vincularnos con la tierra, nuestra madre, lo que nos sostiene. Esta madre nos da todo, y nosotros somos hijos inconscientes. En mi primer viaje a Miami me impresionaron los rascacielos, construidos con todo ese material que le arrancamos a la tierra. Hemos hecho una destrucción para vivir como en un palomar, en cajones que nos conectan con la energía de los que viven arriba y los que están abajo. Hoy se está volviendo a buscar esta conexión con la tierra. Trabajar el barro produce algo maravilloso, porque nos permite tomar conciencia de que somos hijos de la tierra.

Nota completa en nuestra edición impresa Doble ALTURA deco #20.

 

 

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