La actualización de las propuestas gastronómicas incluidas en el marco del diseño hotelero, tendencia que el hospitality design pone a disposición independientemente de la escala y la categoría de restaurante o bistró, y conforman un atractivo no solo para los huéspedes sino para el público que elige personalización y pertenencia a la hora de disponer sus paladares a nuevas experiencias signadas por el diseño de los espacios que las contienen. Esto sucede a metros de la Playa Mansa de Punta del Este (Maldonado, Uruguay), en el Hotel Serena.
La propuesta gastronómica vuelve a ser un diferencial en el hotel. Por un lado, Al Mar con capacidad para 60 personas sentadas y por otro Serena Beach Club con sectores exclusivos para huéspedes, ambos con infinitas posibilidades de reunión y a escasos metros del mar para disfrutar de las mejores vistas en primera línea. En el salón donde funciona el Restaurante Al Mar, las mesas se distribuyen según la normativa de distanciamiento social, y el sector de living frente a la estufa fue equipado a nuevo con sillones de ratán y una mesa ‘tipo voluta’ reliquia del hotel traída de Oriente, compacta y patinada. El sector más reservado del restaurante lo protagoniza una gran mesa (de 3 metros de largo x 80 cm.) para 8 comensales con las butacas sitiales intervenidas y el marco del gran mural del artista Ricardo Pickenhayn, realizado varios años antes para esa pared del restaurante, al igual que el dúo de murales verticales con su misma autoría, reubicados en el lateral de la estufa.
Contemplando las normas de higiene sanitaria se sugirieron tapas de Dekton Danae de 5 mm de espesor (de Marmolería Aníbal Abbate) sobre las mesas existentes, cuya estructura fue cuidadosamente nivelada y pintada con otra de las tonalidades del monocromo manejados en otros espacios del hotel: Puerto de Piedra (del Catálogo de Inca). La inalterable elegancia de una piedra natural logra atrapar la esencia del leve movimiento de la arena en la playa, a metros de estas mesas son tal para cual.
La barra persiste como la articuladora del restaurante: se mantuvo el granito negro original de la mesada extendido en los 9 metros en forma de L y su frente fue revestido con madera de Itáuba. El vínculo espacial es directo tanto con la cava, como con el pasaje pergolado que conduce a Serena Beach Club, la otra propuesta gastronómica propia del hotel, como el que vincula con el deck y la piscina, redefiniendo este sector de comensales para tragos y picadas de parrilla con mesas altas y butacas de ratán (de La Ibérica), y bajo el ‘efecto nube’ del grupo de luminarias modelo Bunda (de Zum iluminación), clima acreedor de atardeceres memorables.
Más de 25 butacas pertenecientes al mobiliario del proyecto anterior del hotel a cargo del Arq. Hassen Balut, fueron reubicadas en los espacios de estar, lobby, habitaciones y también del restaurante, luego de ser intervenidas (por el taller Viladecó) desde la estructura al retapizado en tela Patagonia (de Reina Ana), un textil con apariencia de cuero a la vista y al tacto, especial para tapicería por su resistencia y por el diseño de poro impreso que potencia la durabilidad y su fácil mantenimiento, otro sesgo que aporta el espíritu Serena a este tradicional espacio del hotel.
Serena Beach Club se encuentra contiguo al hotel pero con funcionamiento totalmente independiente bajo un gran quincho de 300 m2 en planta, cuya cercha cubre el gran espacio y se le accede por la secuencia de decks pergolados que dan a la playa y se comunican con el hotel, o directamente desde la calle. Es donde los atardeceres, la música y los tragos toman solo una denominación posible para quienes ya lo conocen: el tradicional sunset de Serena, donde en años anteriores sonaban los acordes del “Oh Sole Mio”, tardecitas únicas en todo Punta del Este.
Arquitectónicamente fue la obra nueva que se llevó a cabo en el marco de la reforma del complejo hotelero, luego de la demolición de la construcción anterior, en el mismo lugar y con un espíritu similar. Interiormente se trata de una nave de planta única con un bloque de servicios en la trasera, que el proyecto de paisajismo del Ing. Cristian Carrero se encargó de disimular diseñando montículos de plantas arbustivas de tamaño medio (Durantas, Chondropetalum y Pittosporum nana) mezcladas con nuevos ejemplares de Jacarandá entre palmeras Butiá y Pittosporum preexistentes.
El desafío para las arquitectas Rosario Nuin y Ma. Fernanda Navarro significó relatar en el espacio de 160 m2 interiores y 120 m2 exteriores, destinados a resto pub y sectores polifuncionales, una historia de playa que pudiera desestructurar en parte la formalidad del hotel, pero enmarcada en el mismo concepto integral de la propuesta de interiorismo, por lo que se mantuvo la misma paleta cromática y estilismo conceptual, en respuesta a un salón que pudiera funcionar integrado o totalmente independiente al hotel. El acento en el espacio interior estuvo dado en las tres principales apuestas que desde la primera línea también debían dialogar con el mar, la quincha, el contundente pasado y el colchón sombrío de vegetación entre medio de las pérgolas: potenciar la amplitud con gestos de trama y textura del mobiliario en relación a la escala, la pintura mural como protagonista en los 22 metros de pared, y el impacto visual de la barra y la dinámica del back-barra, donde sucede lo propio del metier gastronómico nocturno, más vinculado a preparaciones que incluyen productos de mar y tragos de autor. Para ello se fusionaron varias decisiones de proyecto, desde la redistribución del equipamiento existente (mesas y sillas), la asignación de nuevos sectores VIP, y en el exterior la sustitución del mobiliario y detalles decorativos.
La pintura mural estuvo a cargo de la artista plástica Gabriela Espasandín, quien funde pared y cubierta casi en un mismo plano con inspiraciones abstractas en base a una composición orgánica de trazos circulares en una paleta de tonos tierras para unificarse con la quincha. El mismo motivo fue repetido en el back-barra: una boiserie metálica y estantes de placa retro iluminados diseñada a medida para el espacio. Nuevamente, una gran barra con mesada en granito Via Láctea domina todo el espacio, en particular por el diseño del bajo mesada de 7.5 metros, un despiece diseñado a medida en bambú local, y ejecutado artesanalmente por la ductilidad manual del equipo de William Salvarrey (Cachote 14 Carpintería) a partir del planillado y una muy cuidadosa selección de las cañas. “Al ingenio le siguió la expectativa, el proceso consistió en aplicar método, técnica y energía positiva sobre los bastidores, al verlo plasmado la realidad fue espectacular”, especifica Salvarrey.
Cuatro macetas de fibrocemento revestidas en papel reciclado con arecas de gran porte y luminarias de ratán (de Chevroni Garden) marcan la entrada del gran espacio donde además de nuevos sillones y butacas de cuero sobre alfombras de yute hechas a mano, tres luminarias de pie metálicas inspiradas en el modelo Arco de Achille Castigilione (diseñador italiano que la produjo en 1962 transformándose en uno de los clásicos del diseño por el porte perfecto de sus líneas y por su virtud estructural que salva una distancia de 2 metros diametralmente desde el pie al reflector) se hacen presente, en tono bronce y cuyo brazo de la réplica alcanza un vuelo de 1.10 metros.
Para dar solución al requerimiento funcional se transformaron placares con reminiscencias orientales que pertenecían a habitaciones del hotel en muebles vajilleros, antiguos durmientes de las vías de tren en repisas para accesorios decorativos y obras de arte. Entre estas piezas de arte local, pero con el prestigio de ser valuadas en el exterior, se encuentran vasos y vasijas de la artista Nicole Vanderhoeght que ya pertenecían a la colección de arte del hotel. Ceramista de cuna uruguaya, radicada en Bélgica en suniñez y retornada a Uruguay a sus 15 años, comparte el sentido artístico y taller junto a su esposo Ricardo Pickenhayn. Juntos llevan adelante el Centro para el Desarrollo del Arte Estructurado (CEDARTES) ubicado en San Carlos (Maldonado), quienes estuvieron animados desde siempre por una especial vocación de vivir el arte y su filosofía, acompañados primero por Day Man Antúnez y luego por Edgardo Ribeiro, ambos alumnos del maestro Joaquín Torres García.