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Sensibilidad a flor de piel
VICTORIA RODRÍGUEZ

Victoria Rodríguez

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En los alrededores del Parque Roosevelt, allí donde la naturaleza se empeña en conservar su espacio frente al avance irrefrenable del progreso, se encuentra un paraíso. El espacio personal creado por Victoria Rodríguez, refleja a la comunicadora, la actriz, la artista plástica cuya sensibilidad brota en cada palabra.

Textos | María José FRÍAS
Fotos | Chino PAZOS

 

Victoria Rodríguez se para frente a una cámara y genera pasiones. La aman o la desaprueban, pero nadie permanece indiferente a su presencia. En su rol de comunicadora, su voz grave se impone, como en el escenario, donde ha sabido arrancar sonrisas y lágrimas desde la sufrida historia de nuestra Juana de América, o desde la tristeza desgarradora de aquella otra Juana, a la que llamaban “La loca”, o desde la inolvidable Blanche de “Un tranvía llamado Deseo”.

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Lo mismo ocurre cuando toma el pincel para sentarse, en el tiempo que le dejan sus múltiples actividades, frente a un lienzo en blanco.
Entonces, su emoción cabalga entre lo figurativo, lo sacro y lo abstracto.
A veces, los pájaros ganan terreno y se cuelan en sus obras, que adornan las paredes entre muebles restaurados también por ella.
Victoria es dueña de una mirada firme, de un carácter sereno, de una voz seductora, de una sonrisa perenne y de unas manos siempre dispuestas a dejar el pincel para acariciar a los hijos, que se acercan en busca de una madre que se revela presente por encima de todos los demás roles. Así, enredando los dedos en el cabello suave de su hija Delfina, habló con Doble Altura sobre su arte, su hogar, sus pasiones y su lugar en el mundo.

¿Como llega la pasión por la pintura?
Me surgió como una necesidad compulsiva cuando estaba embarazada de Delfina. Fue como una explosión de creatividad. Arranqué con una línea de arte sacro, como en una necesidad de expresar cosas concretas y después me metí mucho en el universo femenino. Cada tanto necesito pintar pájaros y flores.

“Me encanta encontrar en algún galpón con polvo un objeto para restaurar.”

¿Qué representa para vos el arte sacro?
Tiene que ver con una experiencia personal que siempre me voy a preguntar si soñé o viví. Siento con fuerza la figura materna de la virgen María, y tengo la necesidad de recuperar esa emoción. Por eso trabajo mucho las miradas. Lo siento muy dentro y amo pintar, aunque lo hago cuando puedo, porque mis actividades no me permiten más en este momento.

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Flamenco Antiguo (código 30YR 29/421) de la Carta de colores de Inca fue el seleccionado para el living y el recibidor.

Victoria destinó a la música un espacio específico de la casa, para práctica de sus hijos y también de distención. Es pequeño, pero recibe el pleno sol de la mañana. Allí, instrumentos de toda índole y antigüedad se dan cita para ratos de disfrute en familia.

¿La restauración de muebles va en línea con esa pasión por la pintura?
Si. Me encanta encontrar en algún galpón con polvo un objeto para restaurar. Me gusta comprar baratijas que tengan algo original, un tallado, un labrado. Nada me motiva más que entrar a un anticuario, recorrer la feria de Tristán Narvaja, o viajar, que resulta una fiesta para encontrar objetos en los que puedo trabajar. Simplemente recorro hasta que algo me conquista. A veces tengo una idea sobre determinado objeto que quiero para un lugar específico, pero parte del divertimento es salir a ver con qué me sorprendo.

En tus restauraciones se mezclan diversos estilos, con influencias del arte mexicano, el barroco, el oriental, el antiguo. ¿A qué se debe?
A que me enamoro de lograr ambientes y para eso no puedo apelar a un estilo específico. Busco hacer algo personal, y en eso vale todo.
¿Por qué en tu elección no entra lo contemporáneo?
Porque no me habla, no me dice nada, me da frío. Me atraen los cálidos.
Cada tanto me viene el ataque minimalista, pero en ese ambiente perduro una semana. Me gusta dialogar con el entorno, y si no hay nada, no puedo hacerlo.

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Las butacas del living, ¿son restauradas?
Sí. Le cambié el color de la madera y lo hice yo.
¿Tuviste algo que ver también con el diseño del portón?
Absolutamente. Busqué las partes. Paré en la ruta, en un lugar donde había una pila de hierros, encontré pedazos de rejas antiguas y lo fui armando. El herrero me lo iba soldando en función de lo que yo diseñaba.

En el caso de los pisos, optaste por microcemento en el living y un damero de baldosas antiguas en la cocina. ¿Qué te impulsó a ese diseño?
El piso con textura en el living me parecía demasiado, no quería nada, y por eso elegí el microcemento. En la cocina, tenía desde hace tiempo el antojo del piso damero. Las baldosas artesanales fueron hechas en el interior.

Nota completa en Edición N° 19 de Doble ALTURA deco, versión impresa.

 

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