LEENOS
ONLINE

Los sentidos y señales que Magdalena Díaz toma del Universo y devuelve a través de la técnica del vidrio, la acreditan a ejercer su emoción intuitiva.

Su herencia no la impresiona ni la agobia. La nieta de Joaquín Torres García encontró en el terreno del arte vitral el fluir natural de su legado familiar, pese a que el caudal de colorimetría y la ortogonalidad del maestro uruguayo-catalán la bifurquen hacia otro rumbo.


Magdalena es hacedora de joyas y vitrales, pero también de azulejos y bachas que la involucran directamente en la profundidad del diseño artesanal, poniendo a disposición interesantes recursos para el interiorismo a través de piezas únicas, con un arraigo muy fuerte en su etapa creativa a todo aquello animado y sensible. «La Naturaleza es absoluta. No podemos ni pretendemos imitarla, solo intentamos representarla simbólicamente. Me detengo ante algunos de los impactos que produce y me distraigo, y soy indiferente ante otros. Cuando cruzo con lo que despierta mi emoción, la contemplación se hace activa y esta muestra es la expresión concreta de este encuentro», reflexiona.

 “El vidrio me da la posibilidad de materializar con luz, acceder al detalle de lo ínfimo. El papel lo contiene, lo acompaña, le da poesía”.

Vidrio y color

Como profesora de historia  incursionó en diferentes técnicas de expresión, realizando paralelamente talleres enfocados a la enseñanza artística infantil. En 1999 partió rumbo a Barcelona, donde se formó como vitralista en el Centro del Vidrio de esta ciudad. También realizó cursos de vidrio soplado, restauración de vitraux y diferentes técnicas aplicadas a este material.

De vuelta en Uruguay, fijó residencia y desarrolló de forma autodidacta un estilo propio, principalmente en la técnica del vidrio fundido. Continúa actualmente en la investigación, explorando las distintas posibilidades en color, texturas e inclusiones en el vidrio de variados materiales, como hojas naturales, metales, restos fósiles, etc.

Entre los años 2003 y 2005 dictó cursos de vidrio en los talleres de formación artística del Museo Torres García. En 2009 realizó su primera exposición individual: “Otoño Blanco” en la Galería Acatrás del Mercado, y en 2013 vistió de negro absoluto los espacios del primer piso del Museo Torres García, para cobijar y dar marco a las delicadezas, sutilezas, y despliegues de la exposición “Agua”, apropiándose de todo el  espacio con esculturas, instalaciones colgantes y series de pseudo-cuadros en los que el vidrio se hermanó con el papel, obteniendo impactantes juegos de luz, color, volumen, texturas y transparencias. Esto le permitió recrear y reinterpretar su visión de la naturaleza, desplegando su creatividad y su gran sensibilidad con maestría, avanzando en profundidad y técnica.

 

[ngg_images source=»galleries» container_ids=»151″ sortorder=»796,795,797,799,798″ display_type=»photocrati-nextgen_pro_mosaic» row_height=»180″ margins=»5″ last_row=»justify» lazy_load_enable=»1″ lazy_load_initial=»35″ lazy_load_batch=»15″ ngg_proofing_display=»0″ captions_enabled=»0″ captions_display_sharing=»1″ captions_display_title=»1″ captions_display_description=»1″ captions_animation=»slideup» order_by=»sortorder» order_direction=»ASC» returns=»included» maximum_entity_count=»500″]

“Cuando intervengo el vidrio primero me llega una imagen acompañada de una sensación, con elementos desde lo orgánico, lo biológico, la naturaleza, el micromundo, como si nacieran de imágenes almacenadas en mi células, que están desde siempre”.

Solo el horno, que ubica en el sótano de su taller en el Buceo, es capaz de esclarecer el destino de una pieza cuando Magdalena combina diversos elementos, desde lo minúsculo de un canutillo a la ductilidad de un filamento o una placa de cobre. “Lo que puede pasar, no lo sabemos, pero sí podemos no solo presentir su resultado sino experimentar la sorpresa”,  explica a sus alumnas en una mañana de sábado invernal. En sus talleres, la técnica viene seguida de una instancia de meditación, del encuentro con el interior, relevo de emociones y del anclaje gráfico que a través del dibujo y la manualidad cada persona logra de su pieza. Los talleres que organiza con frecuencia la llenan de vibra, sus alumnos la retroalimentan, y así sus encargos particulares surgen como un gran acto de comunión con su don, el que otorga una especial y luminosa realidad corpórea a la infinidad de formas de vidrio que se puedan imaginar.

Podes leer...